paraguas, espejo.
lulú: y es entonces cuando ella le dice que, en realidad, da igual si tira el paraguas, si ese paraguas sucio y roto se cae montaña abajo, si por un descuido se le escapa de las manos y se lo lleva el viento allí donde no puede llegar su mano. da igual si en un instante lo que tenía cogido con fuerza, con la fuerza del que no quiere o no puede pensar su propia existencia sin ese paraguas a su lado, si en un parpadeo ese paraguas ya no está con ella, ya se fué, ya desapareció. da igual por que por mucho que llore esa pérdida, por mucho que se desate en un ataque de nervios por no haber podido cuidar suficientemente del paraguas -nadie es como la roca, nadie aguanta tanto-, por mucho incluso que no le hubiera preocupado la pérdida de tan sucia tela, nada impedirá que al día siguiente ese paraguas esté de nuevo encima de su mano. nada impedirá que, aunque rompa el espejo que tiene en el bolso esté intacto al despertarse por la mañana.
pepe: nadie es como la roca, lulú, no llores.
lulú: sí pepe. pero ella me lo dijo. me lo dijo. no lo insinuó, no se le veía en los ojos. no era una sensación que yo tuve al verla, no se trataba de un guiño en la mirada, un desliz de la máscara, una verdad que desbordara sus pupilas. ella me lo dijo.
[silencio]
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